La violencia generada por las armas de fuego es una epidemia en Estados Unidos. Las muertes y heridas provocadas por estas armas constituyen una de las grandes amenazas a la salud pública y a la seguridad de los estadounidenses. Cada año, la vida de más de 30.000 ciudadanos llega a su fin por culpa de las armas. Suicidios. Violencia doméstica. Tiroteos criminales. Accidentes. Decenas de miles de estadounidenses han perdido a hermanos y hermanas, o enterrado a sus propios hijos. Somos la única nación avanzada en la Tierra que asiste a esta clase de violencia masiva con tanta frecuencia.
Una crisis nacional como esta demanda una respuesta nacional. Reducir la violencia que provocan las armas será duro. Está claro que la reforma que nos impone el sentido común no ocurrirá durante el actual período legislativo. No se producirá durante mi presidencia. Pero hay pasos que podemos dar ahora para salvar vidas. Y todos nosotros -en todos los niveles del Gobierno, en el sector privado y la ciudadanía en general- debemos ser parte. Todos somos responsables.
El martes pasado di a conocer las medidas que estoy tomando, con todas las atribuciones legales que confiere mi cargo, para proteger a los estadounidenses y para quitar las armas de las manos de criminales y de gente peligrosa. Estas medidas incluyen chequear el historial de los involucrados en el negocio de la venta de armas de fuego, ampliar el acceso a los tratamientos de salud mental para los ciudadanos y mejorar la tecnología para que las armas sean más seguras. Son pasos que no evitarán todos los actos de violencia ni salvarán todas las vidas, pero si logramos que una sola vida sea preservada el esfuerzo valdrá la pena.
Así como seguiré tomando todas las medidas que pueda como Presidente, actuaré en el mismo sentido como ciudadano. No haré campaña ni votaré por un candidato, aún de mi propio partido, que no respalde una reforma sensata del uso de las armas. Y si el 90% de los estadounidenses que respaldan esta reforma se une a mí, elegiremos al líder que lo merezca.
Todos tenemos un cometido en esto, incluidos los propietarios de armas. Necesitamos que la amplia mayoría de quienes portan sus armas con responsabilidad y que lloran con nosotros después de cada masacre, esos que respaldan medidas para incrementar la seguridad y sienten que sus posturas no son atendidas, nos acompañen para que juntos exijamos a sus líderes que escuchen las voces de quienes representan.
Grandes responsables
La industria armamentista también debe hacer su parte. Y eso empieza con los fabricantes.
Los estadounidenses consumimos productos de calidad; de esa manera protegemos a nuestras familias y a nuestras comunidades. Los autos deben ajustarse a estándares de seguridad y de control ambiental. La comida debe ser limpia y fiable. El ciclo de violencia no llegará a su fin hasta que exijamos a la industria armamentista que tome medidas para que sus productos sean más seguros. Si una niña no puede manipular la tapa de un medicamento, debemos cerciorarnos de que tampoco pueda accionar el gatillo de una pistola.
Hoy en día la industria armamentista es casi impenetrable. Gracias al lobby que esa industria hizo durante décadas, el Congreso ha impedido que los expertos en el tema puedan demandar las medidas de seguridad que las armas requieren. También entorpecieron las investigaciones que los funcionarios de la salud pública emprendieron sobre la violencia provocada por las armas. Los fabricantes tuvieron garantizada la inmunidad ante cualquier legislación, por lo que pudieron vender sus productos letales casi sin sufrir consecuencias. Como padres, somos intolerantes cuando los asientos de los autos son defectuosos. ¿Por qué debemos aceptar productos, como las armas, que matan tantos niños cada año?
Los fabricantes de armas, que disfrutan elevadas ganancias en estos tiempos, deben invertir en productos más seguros y sofisticados. Por ejemplo, desarrollando la tecnología de microstamping para las municiones, que permite rastrear al propietario del arma a partir de los casquillos encontrados en la escena de un crimen. Y un fabricante de armas, como cualquier empresario, tiene una deuda con sus propios clientes: convertirse en mejor ciudadano vendiendo sus productos sólo a quienes son lo suficientemente responsables para usarlos.
A fin de cuentas, esto nos concierne a todos. No se nos pide el grado de heroísmo de Zaevion Dobson, el chico de 15 años de Tennessee que fue asesinado antes de Navidad mientras cubría a sus amigos durante un tiroteo. No se nos pide la admirable constancia con la que familiares de las víctimas se han dedicado a ponerle fin a esta violencia insensata. Pero debemos encontrar el coraje y la voluntad de movilizarnos, organizarnos y actuar con la fuerza y la sensibilidad que el país necesita para afrontar una crisis como esta.
Todos debemos exigir a nuestros líderes que tengan la valentía suficiente para enfrentar las mentiras del lobby armamentista. Todos debemos ponernos de pie para proteger a nuestros queridos conciudadanos. Debemos exigir que los gobernadores, intendentes y representantes en el Congreso sean parte de esto.
El cambio será difícil. No se producirá de la noche a la mañana. Pero conseguir el derecho al voto para las mujeres no se logró de la noche a la mañana. La liberación de los afroamericanos tampoco. Consolidar los derechos para lesbianas, gays, bisexuales y trasn llevó décadas de arduo trabajo.
Esos episodios representan lo mejor de la democracia y del pueblo estadounidense. Enfrentar esta crisis de violencia armamentista requiere la misma incansable concentración, durante muchos años y en todos los niveles. Si afrontamos la tarea con osadía conseguiremos el cambio que procuramos. Y dejaremos un país más fuerte y seguro para nuestros hijos.